martes, septiembre 11, 2007

Las Iglesias divididas, corresponsables de la secularización de Europa
Dijo el cardenal Kasper en la III Asamblea Ecuménica del viejo continente
SIBIU, domingo, 9 septiembre 2007 (ZENIT.org).- Las divisiones entre católicos, ortodoxos y evangélicos «son corresponsables de las divisiones en Europa y de la secularización de este continente», afirma el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos.En su intervención ante la asamblea, clausurada este domingo próximo, al purpurado alemán trazó un breve balance de los avances en el camino ecuménico y de sus repercusiones en el proceso de unificación en el viejo continente.Según el cardenal Kasper, las Iglesias, aún moviéndose sobre un sólido terreno común, custodian la fe en Jesucristo como un «tesoro en vasijas de barro».«A causa de nuestras divisiones hemos obscurecido la luz de Jesucristo a muchas personas y hemos hecho que la realidad de Jesucristo no fuera creíble», dijo.«Nuestras divisiones --y la historia es testigo-- son corresponsables de las divisiones en Europa y de la secularización de este continente», añadió.«Nuestras divisiones, además, son corresponsables de las dudas que muchos tienen respecto a la Iglesia y de que cuestionen su existencia. Frente a tal situación, en la que se encuentran nuestras Iglesias, no podemos quedarnos tranquilos; no podemos seguir adelante como si no hubiera pasado nada».El purpurado aludió a las reacciones al reciente documento vaticano, publicado el 10 de julio pasado por la Congregación para la Doctrina de la Fe y titulado «Respuestas a algunas preguntas acerca de ciertos aspectos de la Doctrina sobre la Iglesia» (o más brevemente conocido como «Responsa»), en el que se precisa «el significado auténtico de expresiones eclesiológicas magisteriales que, en el debate teológico, corren el riesgo de ser mal comprendidas».En este sentido, el purpurado afirmó: «Sé que muchos, en especial muchos hermanos y hermanas evangélicos, se han sentido heridos por ello. Esto no deja indiferente ni siquiera a mí y representa un peso también para mí». «Porque el sufrimiento y el dolor de mis amigos es también mi dolor. No era nuestra intención herir o minusvalorar a nadie», admitió. «Queríamos dar testimonio de la Verdad, lo que esperamos también de las otras Iglesias, como seguramente hacen», subrayó.A pesar de esto, siguió diciendo el purpurado, en el documento se subraya que «Jesucristo está presente con su poder salvífico también en las Iglesias y en las comunidades eclesiales separadas de nosotros».«Las divergencias no se refieren por tanto al ser cristiano, y ni siquiera a la cuestión de la salvación; las diferencias tienen que ver con la cuestión de la concreta mediación salvífica, así como con la forma visible de la Iglesia», explicó. Sin embargo el «verdadero nudo gordiano» que hay que deshacer se refiere a la comprensión de la Iglesia y de la Eucaristía y la «terapia» puede tener lugar sólo a través de «la purificación de la memoria», dijo, recordando la famosa expresión usada por Juan Pablo II.«Ningún progreso ecuménico será posible sin conversión y penitencia. De ello debe brotar la disponibilidad a la renovación y a la reforma, que es necesaria en toda Iglesia y que pide a cada Iglesia empezar por sí misma», dijo.El purpurado afirmó que «el método de las convergencias», adoptado hasta ahora en el diálogo ecuménico se ha revelado fructífero en muchas cuestiones, como lo demuestra la firma de la Declaración Conjunta de la Iglesia Católica y de la Federación Luterana Mundial sobre la Doctrina de la Justificación (Augusta , 31 octubre 1999). Ahora bien, reconoció, mientras tanto «este método se ha agotado evidentemente».En este momento de estancamiento del ecumenismo el purpurado hizo un llamamiento a «dar testimonio los unos a los otros de nuestras respectivas posturas, de modo honesto y atrayente», evitando tonos polémicos y mediante un enriquecimiento mutuo.En este sentido, el purpurado subrayó algunos ámbitos específicos en los que las diversas confesiones cristianas han podido beneficiarse como la profundización de la Sagrada Escritura, la renovada atención a las formas litúrgicas, y la mayor sensibilidad por el sentido de lo sagrado y el arte sacro.Sin embargo, subrayó, la unidad «no puede ser obra nuestra. Es un don del Espíritu de Dios; Sólo él puede reconciliar los corazones. Este Espíritu de unidad es el que demos pedir en la oración».Más tarde, el cardenal relacionó la cuestión de la unidad visible y plena de todos los cristianos con el destino de Europa.Lamentablemente, «hoy Europa corre no tanto el riesgo de traicionar los propios ideales cuanto de olvidarlos de modo banal».«El peligro principal no está representado tanto por la oposición atea cuanto más bien por el olvido de Dios, que sencillamente pasa por encima de los preceptos de Dios, por la indiferencia, por la superficialidad, por el individualismo y por la falta de disponibilidad a comprometerse en favor del bien común y a saber sacrificarse por este fin», añadió.«La nueva evangelización es nuestra tarea. Se necesita el verdadero pan de la fe convencida y vivida. Europa no puede ser sólo una unidad económica y política; Europa necesita, si quiere tener futuro, una visión común y un sistema común de valores fundamentales».«Europa, y esto significa nosotros, los cristianos de Europa, tenemos que despertar de una vez; Europa debe alinearse con lo que le es propio, con su historia y sus valores que un tiempo le dieron grandeza y que pueden garantizarle un porvenir nuevo», subrayó.«Esta es nuestra misión común», concluyó.