viernes, septiembre 18, 2009


Jn 20, 19-31. ¡La paz sea con vosotros!


Los discípulos estaban encerrados en la habitación superior de la casa por miedo a los judíos. Y Jesús aparece en medio y dice: ¡La paz sea con vosotros!, y ellos se llenaron de alegría.

Los discípulos se habían encerrado en la casa porque deseaban la paz. Deseaban la paz que es producto de la seguridad. Pensaban que podrían construir una paz basada en la exclusión de los enemigos. Su deseo era, sobre todo, sobrevivir. Pero irrumpe Jesús y les ofrece otra paz, que es su propia paz. ¡Mi paz os dejo, mi paz os doy! Todos deseamos la paz. Pero nosotros, como los discípulos, la buscamos cerrando las puertas y dejando fuera a aquellos que podían molestarnos. Es un frágil paz, pues nos obliga a estar siempre en guardia para repeler a quines puedan invadir nuestro castillo. Es una paz de muerte. Es la paz de las tumbas.

Ahora bien, sólo existe una paz que en definitiva nos puede satisfacer, la paz de Dios. Pero para conseguirla tenemos que arriesgarnos a abrirnos a los demás, ser heridos. Es la paz del vulnerable Cristo: ¡La paz esté con vosotros!, dijo Jesús, ¡Y les mostró sus manos y su costado!

La persona a la que dejamos fuera es Dios. Es Dios quien aguardará a irrumpir en nuestras vidas, par alterar nuestra agradable, tranquila paz de muertos. ¡Por mucho que cerremos las puertas y bloqueemos con barras las ventanas, Dios se las arreglará para entrar y ofrecernos su inquietante paz!

Cristo irrumpe en la habitación, donde nos hemos encerrado, de modos muy diversos. Viene a nosotros en aquel que golpea nuestra puerta para pedirnos nuestro tiempo. Viene a nosotros en el pobre que, como Cristo, nos muestra sus heridas. Viene Cristo en el joven que quiere cambiar nuestras vidas y en el anciano que necesita nuestros cuidados. Viene a nosotros en el extranjero, en el enfermos de sida...

Los discípulos habían echado la llave a la habitación por miedo: miedo a ser heridos, a ser perturbados, miedo al cambio. Y sobre todo por miedo al otro.

Cristo se aparece a los discípulos y les dice: ¡La paz sea con vosotros! y ellos se llenan de alegría. La buena nueva del evangelio de hoy es que por muchas barras y cerraduras que pongamos para mantener afuera a Dios, él entra en nuestras vidas y nos ofrece la paz. La paz que anhelamos y nos llena de alegría.

Regocijémonos con este regalo de Pascua, la paz propia de Dios. Paz que permite introducir al otro en nuestras vidas, que quita las barras y cerraduras que le mantienen fuera. Es el signo que nos permite abrir nuestras vidas al peligroso Dios. Nos invitará a dejar atrás la seguridad, la protección, y vivir con la vulnerabilidad propia de Cristo.

“El Oso y la Monja” - Resumen - Timothy Radcliffe

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